*Advierto de que esta semana he tenido 0,01 segundos de tiempo libre, por lo que vuelvo a pedir perdón por si hay inconexiones o si mi retórica es algo lábil*.
Hay una cosa que nunca he acabado de entender, y es cómo hemos renunciado a la estética de los objetos de nuestro día a día en un supuesto favor a su asequibilidad. ¿De verdad lo útil, lo que es sencillo y usamos en nuestro día a día no puede ser bonito?
Tengo cierta predilección por el diseño de los objetos cotidianos, lo confieso. Por la belleza de lo que no fue creado con el fin de ser bonito. Por su accidentalidad pero también por su causalidad cuando sí que hubo esa intención y por el desprecio que se ha producido con el crecimiento económico de nuestro mundo occidental hacia la estética.
El primer objeto por el que sentí este flechazo florentino fue el teléfono fijo de góndola (los que tienen una rueda para marcar el número) en casa de mi abuela materna, que estaba empotrado en la pared del pasillo para salir a la calle.
Ese teléfono me lleva produciendo una fascinación increíble desde que hice mis primeras llamadas, cuando mi padre trabajaba fuera y aún mi madre no tenía móvil, allá por el año 2000. Ese teléfono pegado a la pared en vertical, tan intencionadamente, con ese rojo intenso y ese cable que podías retorcer infinitamente mientras hablabas, esa rueda que sonaba como una cremallera cuando la hacías girar y volvía a situarse en su lugar original, ese timbre que sonaba como casi el de un instituto.
Cuando murió mi abuela, siempre le decía a mi madre que si esa casa la tiraban algún día, yo me quedaría con el teléfono, aunque tendría que arrancarlo de la pared. Sigo pensándolo a día de hoy.
Últimamente, he encontrado otros objetos cotidianos que admirar. Un ejemplo son estas cajas de medicamentos diseñadas por Fred Troller para la farmacéutica Geigy. Es increíble como una caja pequeña tan insípida e incluso terrorífica, según el caso, puede convertirse en un objeto tan delicado.
Volvemos a la idea principal: crear belleza para aquello que normalmente no la tiene ni parece merecerla. Pero, al menos para quien escribe, este esfuerzo por embellecer lo usual o lo diario me genera un calor emocional que me hace sentir un poquito más en armonía con el mundo.
Pero, si hay un objeto que me ha parecido maravilloso en las últimas semanas, es el siguiente:
Este maravilloso artefacto (y sí, esta es la palabra, porque su etimología significa «hecho con arte») es una linterna mágica de finales del siglo XIX del IES Padre Suárez1, el primer instituto público de la provincia de Granada, que se conserva en su espectacular museo de ciencias, junto con un sinfín de otros artefactos que servían para sustituir las imágenes de los libros de texto, puesto que no podían incluirlas al subir considerablemente su precio.
La linterna mágica no es ni más ni menos que el primer proyector de clase. Esa cosa tan técnica y fría colgando de un techo de una clase con suelo de terrazo y sillas y mesas verdes de melamina comenzó siendo esta gigantesca caja, que está incluso decorada con pinturas de ángeles a mano.
Su funcionamiento es sencillo pero rústico: con unas lámparas de gas, de ahí las chimeneas superiores, se producía la luz que permitía ver tres láminas al mismo tiempo. Sin embargo, a pesar de ser un artilugio tan primitivo, es hipnóticamente precioso. Una delicia del amor a la educación, incluso, pero que una vez más nos demuestra que la funcionalidad, la cotidianidad y la estética pueden ir de la mano de una forma extraordinaria.
Un último ejemplo que quiero poner, y que seguramente sí que tenga una causalidad en su belleza, son las baldosas hidráulicas.
Las baldosas hidráulicas no se hacen mediante cocción de arcilla, sino que se realizan mediante un molde de latón o bronce donde se ponen pigmentos y cemento, que son posteriormente sometidos a compresión mediante una prensa hidráulica (de ahí el nombre), lo que les confiere una gran resistencia. Pero, además, permite poder conseguir una gran variedad de motivos, colores y patrones.
Es curioso cómo, con el tiempo, en nuestro país, este suelo se perdió. Es cierto que puede llegar a ser muy caro, pero hay reformas donde este suelo ha sido cubierto tal cual por otras baldosas. ¡Pero qué clase de ataque hacia la estética!
Con el desarrollismo franquista, llegamos a bloques tormentosos de ladrillo y hormigón, con suelos de terrazo, puertas de derivados de la madera, paredes de gotelé y ventanas correderas de aluminio. Creo que el único elemento que quizá se podría salvar de esa arquitectura son los dominantes toldos verdes. Aquí tienes un artículo donde hablan sobre ellos.
En España optamos por derribar totalmente las casas, pero en otros países se siguió la vía de conservar, como mínimo, la fachada y reformar el interior. Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero el problema de la vía española es, de nuevo, la estética: las fachadas españolas de la segunda mitad del siglo XX son horrorosas.
En otros países, como Bélgica, la vía fue dividir las plantas de las casas en pisos, de manera que cada planta es una casa independiente. Eso ha dado lugar a ciudades mucho más extensas, porque conservan jardines interiores, pero barrios menos masificados y, eso sí, estéticamente exquisitos.
No sé si en algún momento volveremos a amar lo estético como sociedad, a entender que lo sencillo puede ser bonito incluso siendo barato. No sé si seguiremos contribuyendo al meme de graphic design is my passion. Pero lo que sí sé es que, cuando el mundo que te rodea es bonito en lo sencillo, seguramente se preocupe por otras cuestiones mucho más esenciales. Porque, al final, el querer que algo sea bonito implica una preocupación, un cariño.
Les dejo la vidriera encima de la puerta del recibidor de una de estas casas. Su función es que entre la luz, pero no se queda ahí. Imaginen salir todos los días por esa puerta.
Cuídense y hagan cosas bonitas.
Recomiendo enormemente una visita si tenéis oportunidad. Enseñar ciencias naturales a principios del siglo XX debía ser aun más bonito si cabe que ahora.